domingo, 12 de junio de 2011

EL ÚLTIMO ALIENTO

Maria llevaba varios meses en la UCI a causa de una bronquitis mal curada. Apenas podía mover ningún músculo de su cuerpo. No podía hablar, ni ver a las personas, tampoco sentía su contacto, no podía sonreír, ni abrir los ojos, pero sí que podía oír y oler a las personas que se  acercaban a los pies de su cama. Oía de una forma distorsionada, pero oler, olía como si estuviese completamente sana. Lo realmente frustrante para ella era que no podía decirles a sus seres queridos cuánto los amaba. Lo que más feliz le hacía era cuando sus hijos iban a verla y uno a uno le susurraban al oído cosas bonitas y las nuevas noticias que llegaban a la familia. Se emocionaba, aunque para el resto era como si estuviera muerta, pues ni siquiera, cuando se emocionaba, le caían lágrimas por su rostro. Pero Marie sentía que estaba muy viva, que aunque no comprendía cada palabra, las sentía, sentía cada tono que llegaba a sus oídos. Los médicos la habían dado por perdida, aunque seguían manteniéndola a través de suero y respiración asistida. Estaba completamente entubada, pero ya se había acostumbrado a esas sensaciones.
Una mañana, el médico que la atendía habitualmente, el Dr. Morales, se acercó para mirar el cuadro clínico, cambiarle el suero y chequearle como siempre lo hacía para cerciorarse de que todavía respiraba. María contaba el tiempo que el doctor estaba en su habitación.
-Vaya, esta vez se está quedando más rato.- decía. Se entretenía contando las pisadas, palabras y sonidos que producía el médico. Por lo menos, esto le entretenía bastante.
Pasaron los días e incluso los años y María se iba cada vez más deprimiendo. Su familia ya no iba a visitarla tan a menudo como le hubiera gustado. Su estado se iba agravando cada día más y los médicos comentaban que su respiración ya no era como antes, que su corazón le estaba fallando y que sus constantes vitales estaban dejando de funcionar. María echaba de menos las voces de sus hijos, el llanto ahogado de éstos y sobre todo, sus olores tan peculiares. Cecilia olía de una forma afrutada, una mezcla de arándanos con frambuesas; el olor de su hijo Juan era muy agradable, pues olía siempre a mirra e incienso; y su otra hija, Olivia, la más pequeña, se perfumaba con jazmín.
-Dios mío, lo que daría por volver a oler a mis hijos, a mirarlos embelesada y a poder tocarlos y besarlos hasta el estremecimiento. Me muero de sólo pensarlo.- se decía así misma.
Esa noche, no pudo dormir pensando en sus hijos y en los recuerdos que tenía con ellos cuando eran pequeños. Se dejó llevar por esos pensamientos, hasta que oyó el ruido de la puerta de su habitación. Era el Dr. Morales otra vez. “Qué raro”, pensó. “Él jamás viene a visitarme por la noche. Tal vez se haya dejado algo. No, no es eso. ¿Qué está haciendo? ¿Está tocando mi suero? No puedo ver nada. Ahora no oigo nada. Qué extraño todo. Se va. Ha cerrado la puerta. Vaya, me estoy quedando dormida y no tengo sueño. ¿Qué me está pasando? No puedo pensar, me duermo, me estoy…”.- María había muerto.
El doctor Morales, había enviado a una enfermera para que le inyectara un sedante, un sedante tan fuerte, que la había matado.
Al día siguiente, Olivia, había ido a visitar a su madre, pero ésta ya no estaba en su habitación. Fue a buscar al médico y le preguntó qué había pasado con su madre. El doctor Morales mintió y dijo que ya había sido su hora y que su corazón ya no había resistido más. Olivia, en ese momento, le creyó. Pero cuanto más pasaban las horas, Olivia, comentando el caso con sus hermanos, se creía menos la versión del doctor Morales y decidió con éstos contratar a un detective privado para esclarecer todo el caso.
Cuando el forense le hizo la autopsia a María, detectó una gran dosis de sedante en la sangre de ésta y lo comunicó al detective privado, porque pensó que se trataba de una muerte provocada. Julio, que así se llamaba el detective privado, llamó a Olivia y le expuso el caso.
-Olivia, soy Julio. He hablado con el forense y me ha contado que en la sangre de tu madre ha aparecido una cantidad ingente de Rohypnol, un sedante que se considera uno de los más fuertes de la medicina. Pero eso no es todo, también me ha comentado que no es el único caso el de tu madre, que por lo visto ha habido catorce personas más fallecidas de la misma forma. Olivia, esto, para mi entender, se llama E-U-T-A-N-A-S-I-A.  ¿Sabes a qué me refiero?
-Creo que sí, han asesinado a mi madre, ¿no es eso?
-La eutanasia es la acción u omisión que acelera la muerte de un paciente terminal con la intención de evitar sufrimientos. El concepto está asociado a la muerte sin sufrimiento físico. Te lo he leído tal cual del diccionario. ¿Tú qué crees?
-Yo creo que no tienen derecho a hacer eso sin el consentimiento de los familiares. Mi madre tenía familia, tiene tres hijos y nietos y, aunque no hemos podido ir a verla tan habitualmente como las familias de otros pacientes, hemos ido y la queríamos. Esto es indignante, cruel y sobrepasa a todas las leyes humanas y divinas. Es injusto. ¿Qué derecho tiene, y sobre todo un médico, a quitarle la vida a una persona, por muy moribunda que ésta esté? ¿No son médicos? Pues si son médicos, ¿por qué no hacen su labor y salvan vidas en vez de aniquilarlas?- Olivia hablaba con rabia y dolor. Sus palabras se entrecortaban por la fricción de los dientes al intentar hablar.
-Te comprendo, Olivia. Déjame que hable yo con los médicos y si queréis, os llevo el caso yo también.- sugirió Julio.
-No, prefiero ir yo misma a hablar con el médico. Necesito escuchar de su boca su versión, que estoy segura de que me va a mentir como un bellaco.
-Está bien. Te llamo mañana.- se despidió Julio.
-Gracias por todo, Julio. Y sí, contamos contigo como abogado. Hasta mañana.

A la mañana siguiente, Olivia, que ya había hablado con sus hermanos, se fue al hospital con éstos a pedir explicaciones. Lo que les dijeron fue que se le había ordenado a una enfermera que se le suministrara una cantidad de suero y que a ésta misma se le fue de las manos, inyectándole más de la cuenta, con lo que le produjo la muerte casi instantánea. Olivia, Juan y Cecilia no podían dar crédito a lo que estaban oyendo y por supuesto, pusieron una demanda al Hospital, y sobre todo al médico que trataba a su madre.
Se celebró el juicio y el Juez dictaminó la sentencia alegando que: “Se ha practicado mal la medicina, pero no consta que las muertes sean consecuencias de ello”, con lo cual dio carpetazo y los imputados quedaron absueltos de todo cargo.
-Vamos a recurrir, por supuesto que vamos a recurrir. Esto no va a quedar así. Pero… ¿Cómo puede dictaminar un JUEZ, a sabiendas que ha sido una negligencia médica o más bien, un asesinato clarísimo, llamado Eutanasia, puede dejar libre sin cargos a este grandísimo hijo de puta que dice ser médico y lo que es un auténtico carnicero? Mañana mismo pongo el recurso y ahora mismo voy a llamar a todos los medios de comunicación para hacer público este hecho tan vejatorio e inhumano que estamos teniendo.- Olivia estaba gritando en mitad  de la calle, indignada, dolida por la resolución de la sentencia.
-No me voy a quedar callada. ¡¡¡Familias de los fallecidos, ayudadme. No os quedéis impasibles ante esta masacre. Ayudadme a meter a este MAL NACIDO a la cárcel para que cumpla el tremendo asesinato que ha cometido!!! ¿Es que en este país no hay JUSTICIA? ¿Es que en este país no hay seres humanos en los altos cargos? ¿Por qué siempre pagamos los mismos? ¡¡¡Maldita sea!!! ¡¡¡Juro, aquí, ante este descomunal edificio de Plaza Castilla, que esto no se va a quedar así!!!- Juan la agarró por el brazo y la consoló entre sus brazos. Olivia no paraba de llorar de la impotencia y la rabia que sentía.
Tras el recurso contencioso-administrativo, el Juez que sobreseía la causa declaró en el auto: “Se ha practicado mal la Medicina, pero no consta que las muertes sean consecuencias de ello: los pacientes pudieron morir o por la sedación indebida o por su enfermedad inicial”. Lo que ocurrió a continuación fue que a la familia de María la indemnizaron con unos cuantos miles de euros (no muchos, la verdad). Olivia no se quedó contenta con esta “estafa”, así lo llamó, pues su madre, de sesenta y siete años de edad había perdido la vida a causa de una negligencia médica o ASESINATO, como ella lo llamaba. De hecho, ella no quiso aceptar ningún céntimo de euro y se lo dio a sus hermanos, pues consideró que sus manos se mancharían de sangre de su madre por aceptar aquella causa injustificada.


EL MUNDO DE PILAR

Pilar miró con cierto desasosiego la mesa del comedor en la que deberían sentarse sus hijos, que ni habían llamado para anunciar una ausencia que se producía un día sí y otro también ni se sabía si vendrían a comer o no. Pensó en cómo podría haber vivido esos años en los que tuvo que sufrir las limitaciones materiales de subsistir mientras mantenía una familia numerosa. Convirtiendo su insatisfacción personal en un sentimiento de rencor y de desafección, comenzó a autoconvencerse de que era él quien estaba de más en su vida, el que encarnaba esa sensación de tiempo perdido, quien la había decepcionado inmensamente, la causa última de su frustración, un padre que no se había ocupado tanto como ella de sus hijos y que encima era el que comunicaba más afecto, el que quedaba bien.

-Ni siquiera se han dignado en llamar para avisar de que no venían a comer.- comentó Pilar a su marido.
-No te preocupes mujer, estarán muy liados. Ya comemos tú y yo y listo.
-José, llevo dos horas quemándome los bigotes para que tus hijos y tú comáis el mejor asado del mundo y no vienen a comer… Muy bonito, José, muy bonito.- inquiere mordazmente a su marido.
-Hala, venga, monta el numerito como siempre… Aún voy a tener la culpa de que tus hijos no vengan a comer...
-Pues tú tienes buena culpa de esto y de muchas cosas que hacen tus hijos porque se lo has permitido todo. Claro, como tú te marchas a trabajar y no vuelves hasta casi la madrugada, que por cierto, a saber lo que estarás haciendo tú por las noches, no te preocupas de prepararles las comidas, ni las cenas. Tú no eres el que has tenido que criarlos, comprarles la ropa y encima hacer economías pues muchas veces no tenía ni siquiera un duro para ello y tampoco tú estabas para dármelo. Cuando llegabas a casa lo único que hacías era levantarles el castigo que yo les había impuesto y me dejabas a mí como la mala de la película. ¿Sabes José? Has ido siempre a tu bola, no me has respetado nunca y tampoco has respetado las normas de esta casa. Ni siquiera te acuerdas de cuándo son sus cumpleaños y mucho menos te acuerdas del mío y de nuestro aniversario. En fin, José, que estoy harta, más que harta. ¡¡¡Estoy hasta la coronilla!!! Así que he pensando en abandonarte. Me voy, José, no te aguanto más. Mis hijos pasan de mí y tú también y como te llevas tan bien con ellos, pues hala, todos tuyos. ¡¡¡Me voy, os abandono. No puedo más. Apáñatelas!!! Ya verás qué bien os entendéis así. Os habréis librado de mí, por fin. Ya no seré más vuestra carga. Ya no me tendrás que mirar más a la cara.- mientras se desahogaba, iba y venía del comedor al dormitorio.  Cogió la maleta, metió todas sus pertenencias en ella y cuando terminó miró a los ojos de su marido y le dijo, sollozando y con rabia:
-Adiós, José, que te vaya muy bien. Me voy de tu vida para siempre y no me volverás a ver jamás.- y cerró tras de sí la puerta.
Cogió el ascensor en seguida y mientras estaba bajando, se abandonó, cayendo al suelo sin poder dejar de llorar. Sabía que había hecho algo heroico y se preguntaba que tal vez se iba a arrepentir de lo que había hecho o tal vez no, pero prefería en ese momento no pensarlo y dejarse llevar por lo que estaba a punto de comenzar: UNA NUEVA VIDA.