domingo, 12 de junio de 2011

EL MUNDO DE PILAR

Pilar miró con cierto desasosiego la mesa del comedor en la que deberían sentarse sus hijos, que ni habían llamado para anunciar una ausencia que se producía un día sí y otro también ni se sabía si vendrían a comer o no. Pensó en cómo podría haber vivido esos años en los que tuvo que sufrir las limitaciones materiales de subsistir mientras mantenía una familia numerosa. Convirtiendo su insatisfacción personal en un sentimiento de rencor y de desafección, comenzó a autoconvencerse de que era él quien estaba de más en su vida, el que encarnaba esa sensación de tiempo perdido, quien la había decepcionado inmensamente, la causa última de su frustración, un padre que no se había ocupado tanto como ella de sus hijos y que encima era el que comunicaba más afecto, el que quedaba bien.

-Ni siquiera se han dignado en llamar para avisar de que no venían a comer.- comentó Pilar a su marido.
-No te preocupes mujer, estarán muy liados. Ya comemos tú y yo y listo.
-José, llevo dos horas quemándome los bigotes para que tus hijos y tú comáis el mejor asado del mundo y no vienen a comer… Muy bonito, José, muy bonito.- inquiere mordazmente a su marido.
-Hala, venga, monta el numerito como siempre… Aún voy a tener la culpa de que tus hijos no vengan a comer...
-Pues tú tienes buena culpa de esto y de muchas cosas que hacen tus hijos porque se lo has permitido todo. Claro, como tú te marchas a trabajar y no vuelves hasta casi la madrugada, que por cierto, a saber lo que estarás haciendo tú por las noches, no te preocupas de prepararles las comidas, ni las cenas. Tú no eres el que has tenido que criarlos, comprarles la ropa y encima hacer economías pues muchas veces no tenía ni siquiera un duro para ello y tampoco tú estabas para dármelo. Cuando llegabas a casa lo único que hacías era levantarles el castigo que yo les había impuesto y me dejabas a mí como la mala de la película. ¿Sabes José? Has ido siempre a tu bola, no me has respetado nunca y tampoco has respetado las normas de esta casa. Ni siquiera te acuerdas de cuándo son sus cumpleaños y mucho menos te acuerdas del mío y de nuestro aniversario. En fin, José, que estoy harta, más que harta. ¡¡¡Estoy hasta la coronilla!!! Así que he pensando en abandonarte. Me voy, José, no te aguanto más. Mis hijos pasan de mí y tú también y como te llevas tan bien con ellos, pues hala, todos tuyos. ¡¡¡Me voy, os abandono. No puedo más. Apáñatelas!!! Ya verás qué bien os entendéis así. Os habréis librado de mí, por fin. Ya no seré más vuestra carga. Ya no me tendrás que mirar más a la cara.- mientras se desahogaba, iba y venía del comedor al dormitorio.  Cogió la maleta, metió todas sus pertenencias en ella y cuando terminó miró a los ojos de su marido y le dijo, sollozando y con rabia:
-Adiós, José, que te vaya muy bien. Me voy de tu vida para siempre y no me volverás a ver jamás.- y cerró tras de sí la puerta.
Cogió el ascensor en seguida y mientras estaba bajando, se abandonó, cayendo al suelo sin poder dejar de llorar. Sabía que había hecho algo heroico y se preguntaba que tal vez se iba a arrepentir de lo que había hecho o tal vez no, pero prefería en ese momento no pensarlo y dejarse llevar por lo que estaba a punto de comenzar: UNA NUEVA VIDA.

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