miércoles, 27 de abril de 2011

AGONÍA

Tengo fío, mucho frío. El aire de este lugar me llega a todas las partes de mi cuerpo. Ahora mismo estoy sintiendo que los dedos de mis manos, mis brazos, mis pechos, mi cuello están comenzando a inmovilizarse. No puedo tocarme la cara. No puedo ver nada, mis ojos están completamente sellados con mis párpados. ¡Qué me está ocurriendo! Es como si de repente me estuviera convirtiendo en una escultura de mármol. Intento gritar, pero es imposible, tampoco puedo mover la boca. ¡Qué es esto! No puedo moverme, no puedo chillar, no puedo pedir ayuda, nadie me oye ¡¡¡Socorro!!! Me estoy poniendo muy nerviosa. No puedo llorar, mis lágrimas se han secado. Tengo miedo. No quiero morir. Necesito salir de aquí. ¡¡Sí, bien, estoy notando mis manos!!, puedo sentir la tierra. Es como si estuviese enterrada de cintura para abajo. Voy a intentar salir, apoyando mis manos contra el suelo. No puedo, ¡maldita sea! Esta vez lo haré con más fuerza. ¡¡Tampoco!! No puedo más. Mis manos se acaban de incrustar por debajo. ¡¡Oh, no!! Necesito salir de aquí, ahora mismo¡¡¡Por favor, que alguien me ayude!!! No pueden oírme. Son mis pensamientos los que hablan. ¡¡¡¡Dios!!!!
¿Cuánto tiempo habrá pasado? Creo que me he quedado dormida. Mierda, no ha sido una pesadilla, es real. Mi corazón se está empezando a secar. Me cuesta respirar. ¿Qué será lo próximo? No, será mejor que no lo piense. Voy a dejarme vencer de nuevo por el sueño y que sea lo que Dios quiera.

lunes, 25 de abril de 2011

EMINA Y MIRSAD

Emina, una mujer de unos treinta y cinco años, se acababa de levantar hacía unos minutos y estaba preparándose un café cuando de repente su portátil sonó para indicarle que le había llegado un nuevo correo electrónico. Algo por dentro le informó que se trataba de él y su corazón palpitó con mucha más fuerza. Estaba encantada con aquel misterioso hombre que le decía tantas cosas bonitas y con el que se podía desahogar con total confianza.

Se dirigió con su taza en la mano a la mesa del salón. Se sentó y se dispuso a abrir el e-mail. Efectivamente, allí estaba él y leyó lo siguiente: From: Prince. To: Sugar.

Leyó el e-mail y sus ojos se llenaron de expectación y emoción.

Prince: “Buenos días sugar mío, ¿cómo te has despertado hoy? Me encantaría estar ahí contigo y poder abrazarte y desayunar juntos”.

Sugar (con una sonrisa): “Buenos días, príncipe mío. A mí también me encantaría poder estar ahí junto a ti. Estoy muy feliz de haberte conocido y tengo también muchas ganas de poder abrazarte. Ya no puedo más, necesito verte, besarte, mirarte a los ojos”.

P: “¿Tu marido se ha ido ya a trabajar?”

S: “Todavía no, está con su ordenador escribiendo a toda pastilla. Dios mío, cariño, no puedo más, cada día le aguanto menos. ¿Qué puedo hacer? Me encantaría poder escaparme contigo, huir de aquí e irnos a una playa desierta solamente tú y yo”.

P: “Pues hagámoslo. Yo tampoco aguanto a mi mujer. Cada día se queja más porque dice que soy un desordenado y yo creo que son excusas para gritarme todo el santo día. Estoy cansado de estar trabajando para ella todo el santo día. Lo único que hace ella es estar en casa, porque además yo tengo que hacer la compra y eso lo llevo fatal. Cada vez que la veo está con su ordenador. Es verdad que yo hago lo mismo, pero es que ella no se despega del dichoso ordenador, únicamente, para hacer la cena, ya que yo no aparezco por casa hasta las diez de la noche y me voy muy temprano”.

S: “Ya, ya lo sé, tesoro, me lo has comentado muchas veces. Sé que has intentado hablar con ella, pero la tensión está ahí. Lo mismo me ocurre a mí con mi marido. Ya no hacemos el amor, ni siquiera dormimos juntos. Él se va a trabajar también muy pronto y vuelve de noche. Sólo estamos juntos a la hora de cenar, pero él cena en una habitación y yo ceno en otra”.

P: “Azucarito mío, me tengo que ir a trabajar. Esta noche a las diez estaré de nuevo conectado. Hasta luego, mi amor”.

S: “Hasta luego. Que tengas un gran día, mi príncipe”.

Cuando Emina desconectó el ordenador, su marido, Misrad, se estaba levantando de su escritorio y se encaminó hacia la puerta principal de la casa. Cogió su gabardina y su cartera y sin decirle ni media palabra cerró la puerta tras de sí.
Emina que estaba de pie frente a la puerta, soltó un suspiro de insatisfacción y se dirigió de nuevo a su ordenador. Su príncipe ya no estaba así que se puso a hacer las labores de la casa. Pasó el tiempo y Misrad llegó a casa con cara de cansado, pero algo en su mirada brillaba. Emina lo observó y se percató de ello, pero no le dijo nada. Simplemente, le esperó con la cena preparada en una bandeja y cenaron cada uno en una habitación. Él se refugió en su despacho y ella en el salón. Eran ya las diez, así que se dispuso a encender el ordenador. Sabía que su Príncipe iba a estar ya conectado.

S: “Hola cariño, ya estoy aquí”.

P: “Hola mi amor. ¿Qué tal has llevado el día?”

S: “He estado toda la mañana pensando mucho en ti. Y tú en mí? Jejejeje…”.

P: “Por supuesto, de hecho no hago otra cosa. No me concentro en el trabajo y cuando llego a casa, lo único que pienso es en conectarme para chatear contigo, azucarillo mío. Mi mujer y yo estamos llegando a un punto de indiferencia absoluta. Cariño, sólo te tengo a ti. Tú me escuchas, me aconsejas, me das mucho amor. Te echo tanto de menos. Necesito verte, conocerte. Esta espera me está matando”.

S: “Pues entonces deberíamos quedar ya y conocernos. No lo posterguemos más. Vivimos en la misma ciudad y todavía no hemos quedado”.

P: “¡Pues hagámoslo mañana! ¿Conoces el café Dibek? Podríamos quedar allí. Hacen el mejor café de Sarajevo”.

S: “¡Genial! ¿A qué hora? y ¿cómo nos reconoceremos?”

P: “Yo llevaré una gorra amarilla con visera muy deportiva”.

S: “Pues yo llevaré una chaqueta de lunares rojos y negros muy larga”.

P: “¿Te parece bien que quedemos  a las 19h.?”

S: “¡Sí, sí, sí, sí! ¡Qué emoción! ¡Qué ganas tengo de conocerte, de verte, de tocarte, de besarte…! Oh, príncipe mío, ¡qué ganas tengo de hacerte el amor!”

P: “Estupendo. Pues ahí nos veremos, azucarillo míoooo… Besitos. Te quiero, mi amor”.

S: “Hasta mañana, amor mío. Qué feliz me haces”.

P: “TE QUIERO”.

S: “TE ADORO”.

Al día siguiente a las 19h., en el café Dibek, Prince estaba esperándola sentado en una de las mesas pequeñitas que estaban reservadas exclusivamente para ocasiones como esta. Era un “reservado”. Se había puesto la gorra amarilla como había indicado. En ese momento, llegó ella con la chaqueta de lunares rojos y negros. Estaba espectacularmente bella, pensó él. Al acercarse lo suficiente, un sudor frío le recorrió todo el cuerpo. No se lo podía creer. No podía dar crédito a lo que estaba viendo y rápidamente se quitó la gorra. Mientras Emina se acercaba a él, pudo contemplar que no era un sueño ni un espejismo. Sugar era ella, su mujer. Se quedó totalmente paralizado del susto y ella, al verle, también se quedó completamente quieta a una distancia de unos dos metros.

Segundos más tarde, reaccionaron y ella se acercó a él. Se miraron fijamente a los ojos y Emina se echó a llorar sin poder decir nada. Mirsad, sin mediar tampoco palabra, la acercó a su cuerpo y la abrazó. Unos minutos después, él le cogió la cara y la besó. Entonces, se atrevió a hablar:

Mirsad: “Perdóname, Emina. Perdóname por haberte dejado tan sola, por haberte despreciado cuando realmente eres tú a la que amo”.

Emina: “No soy yo la que debería perdonarte, sino tú a mí. He estado tan ciega. Te he estado amando todo este tiempo y he sido incapaz de verte realmente tal y como eres. La comunicación entre nosotros dos ha sido solamente por Internet. Me da vergüenza, Mirsad, me da vergüenza mirarte a los ojos”.

Mirsad: “Hemos estado jugando al ratón y al gato, pero lo que me consuela es que no hemos dejado de amarnos en ningún momento. Te quiero, Emina, te quiero con todo mi corazón y a partir de ahora, todo lo que tengamos que decirnos, que sea mirándonos a los ojos. Yo te prometo que, por mi parte, será así”.

Emina: “Te prometo, Mirsad, que yo también, a partir de ahora, todo lo que tenga que decirte, te lo diré mirándote a los ojos. Te quiero Mirsad, siempre te he querido. No entiendo por qué nos separamos tanto y dejamos de comunicarnos de esa forma. Quiero dormir contigo, quiero hacer el amor contigo, quiero que hablemos más y amarte más”.

Mirsad: “Pues que así sea. Eres la mujer de mi vida, Emina y quiero que continuemos viviendo juntos. Te amo tanto”.

Aquella noche, Mirsad y Emina, Prince y Sugar, hicieron el amor como nunca antes lo habían hecho.


miércoles, 13 de abril de 2011

EL ÁRBOL


Era una pareja adolescente que paseaba por un bosque precioso. Ellos se amaban tanto que no sabían de qué manera sellar su amor para el resto de su vida. Deseaban que sus cuerpos permanecieran siempre juntos, que nadie ni nada pudiera separarlos. Un día, llegado el otoño, el Universo les escuchó prometerse amor eterno y quiso cumplir sus deseos, así que captó el momento justo del beso más tierno que jamás había contemplado antes y los transformó en el tronco de un árbol.

martes, 5 de abril de 2011

EROTICA BABEL

Esta noche mis pensamientos hablan solamente de ti. De tu cuerpo junto al mío, de tus labios sellados a los míos, fundiendo tu lengua con la mía haciendo ondas de placer.
Esta noche, mi cuerpo se estremece cuando pienso en ti. Cuando me acariciabas con tus grandes manos por la espalda, por mi nuca, por todo mi ser. Y me siento tan vulnerable, que se me escapan furtivas lágrimas de deseo, de añoranza y de amor.
Recuerdo cómo me desvestías, suavemente, sin prisas, pero con deseo de verme desnuda. Yo te miraba con ojos de lujuria, profundizando en tus labios y en  tus manos y en cómo recorrían todo mi cuerpo, intentando buscar mis pezones agitados. Me recosté en la cama, sabiendo que tu pene estaba excitado. Mis curvas desataban tu imaginación y me observabas como un voiger, el cómo mis manos recorrían mi cuerpo acariciándolo dulcemente.
Mientras,  tú te ibas quitando la ropa con tus manos temblorosas por la ansiedad de querer tenerme ya. Me cogiste en brazos y rápidamente me colocaste encima de tus piernas y comenzaste a masturbar con tu dedo corazón mi caliente clítoris, mientras yo cogía tu enorme pene y, muy despacio, lo iba poniendo más erecto. Nuestras respiraciones se convirtieron en una sola y el ambiente se hacía cada vez más intenso y caliente, como nuestros cuerpos.
Ya desnudos, nos tumbamos en la cama y tus manos masculinas hacían estremecerme de placer. Poco a poco ibas besando mi cuerpo, hasta llegar a mi sexo y tu lengua comenzó a acariciar mi clítoris, hasta introducirse completamente dentro de mi vagina. Y me sentía tan bien… Dios, qué placer, mis pezones se ponían duros. Sabías que yo estaba disfrutando por mis gemidos, por mi manera de mover mi cuerpo… Y acto seguido, me penetraste suavemente. Tu pene estaba caliente y duro, como una roca. Cada vez que se introducía hasta los confines de mi vagina, mi respiración se entrecortaba y tu boca soltaba un gemido agudo de placer… En ese momento quería parar el tiempo y conservar aquel estado de embriaguez, de éxtasis, de emoción, de gozo, de amor.
Acabamos tan extasiados, que no pudimos decirnos nada cuando nuestros cuerpos se separaron… Terminamos en el suelo sin saber cómo. Todavía te sentía dentro de mí. Hice que ese instante se grabara en mi memoria para siempre. Y cada vez que te echo de menos, lo recuerdo con tristeza  y añoranza. Y me estremezco y te deseo y quisiera que fueses mío aquí y ahora.
Pero te marchaste tan rápidamente que mi cuerpo todavía te extrañaba. Necesitaba respirar contigo, como otras noches, como todas esas maravillosas noches, pero te fuiste y me dejaste vacía. Me dejaste sin tus abrazos, sin tus besos, sin tu calor… Vi cómo te ponías la ropa que traías esa noche, esa gloriosa noche en la que me hiciste el amor.
Me dijiste: “adiós preciosa” y cerraste la puerta tras de ti. Quedé completamente abandonada, mi cuerpo necesitaba el tuyo y me puse a llorar tumbada en la cama, necesitada de amor…  Me quedé dormida entre mis lágrimas.
A la mañana siguiente, observé que mi cuerpo estaba completamente desnudo y que todavía mi sexo guardaba algo de ti. Todavía sentía que te tenía dentro. Me levanté de la cama y me dirigí hacia la ventana para poder imaginar que estabas ahí fuera, llamándome. Pero no fue así, hacía horas que te habías ido. Que me habías dejado con mis pensamientos, mis recuerdos y con mi cuerpo todavía respirando el sudor de tu piel.
Esta noche, siento mi vagina que me pide que estés dentro de ella. Mi mente, mi cuerpo, mis pechos y hasta ella misma se estremecen al sólo pensarlo. Mi alma se desborda cuando pienso en esa noche tan cálida, tan misteriosa, tan formidable, pero a la vez tan…, tan corta… ¡Oh, amor, por qué te fuiste!
Me hubiera encantado que estuvieses más tiempo junto a mí. Que me hablaras de tus ilusiones, de lo que te hace feliz, de lo que ansías o de lo que añoras.
Por qué te fuiste tan pronto… Por qué no esperaste hasta que mi mente pudiera olvidarte… Por qué me dejaste con esa sensación tan fría, después de haberme hecho el amor, como sólo tú sabes hacerlo, y haberme dicho con tus ojos Te Quiero.
Tal vez, con el paso del tiempo, llegue a olvidarte.

domingo, 3 de abril de 2011

EL ECLIPSE

A Fray Bartolomé le caían gotas de sudor por la frente, el miedo se estaba apoderando poco a poco de él y no veía el final. Todavía el consejo estaba reunido. Dirigió su mirada hacia ellos e intentó bajarse de aquel altar, pero le fue imposible, ya que estaba atado de manos y piernas por una especie de cuerdas muy gruesas.  Pensó que lo mejor sería era quedarse completamente quieto y esperar la muerte inminente. Pero algo sucedió. Un hombre vestido de un blanco intenso se acercó hasta él. Bartolomé no daba crédito a lo que estaba viendo. ¿Era un espejismo, tal vez era Dios que le estaba salvando de aquellos bestias?
El hombre de blanco se inclinó hacia el oído de Bartolomé y con una voz tenue y apaciguadora, le dijo: “Levántate, Bartolomé”.  Aquellas palabras le eran muy familiares,  las había leído en la biblia que siempre llevaba en su regazo y comprendió que era Dios el que le estaba hablando, porque lo mismo hizo con Lázaro, pensó.
Fray Bartolomé no tenía apenas fuerzas para incorporarse y fue el propio chamán el que le ayudó a hacerlo. Una vez que pudo sentarse en el quicio del altar, no podía dejar de mirar a aquel hombre de blanco que le había salvado la vida. Hubo mucho silencio, la respiración del fraile se hizo cada vez más pausada y con un hilo de voz le espetó al chamán: “Jamás olvidaré lo que has hecho por mí”. Y se le llenaron de lágrimas los ojos.
El chamán le cogió del brazo derecho, suave pero contundentemente y le llevó muy deprisa hasta llegar al otro lado del río, donde por fin podría ser libre. Al despedirse, Fray Bartolomé se quedó mirando al chamán a los ojos. Jamás había visto tanto amor en la mirada de un hombre. Sabía en su fuero interno que ese hombre vestido de blanco era Dios. El chamán se despidió de él diciéndole: “Sigue tu camino, Bartolomé y sé feliz”. Y así lo hizo. Se fue feliz y agradecido por lo que le había sucedido. Se fue lleno de amor. Por el camino miró al astro rey y se rió, puesto que no recordaba si había tenido lugar el eclipse o no; si todo lo que le había sucedido con aquel chamán era cierto o fruto de su imaginación. Mientras daba cada paso, reafirmaba la historia del chamán y su sonrisa permaneció en su boca hasta que llegó a su destino.