domingo, 3 de abril de 2011

EL ECLIPSE

A Fray Bartolomé le caían gotas de sudor por la frente, el miedo se estaba apoderando poco a poco de él y no veía el final. Todavía el consejo estaba reunido. Dirigió su mirada hacia ellos e intentó bajarse de aquel altar, pero le fue imposible, ya que estaba atado de manos y piernas por una especie de cuerdas muy gruesas.  Pensó que lo mejor sería era quedarse completamente quieto y esperar la muerte inminente. Pero algo sucedió. Un hombre vestido de un blanco intenso se acercó hasta él. Bartolomé no daba crédito a lo que estaba viendo. ¿Era un espejismo, tal vez era Dios que le estaba salvando de aquellos bestias?
El hombre de blanco se inclinó hacia el oído de Bartolomé y con una voz tenue y apaciguadora, le dijo: “Levántate, Bartolomé”.  Aquellas palabras le eran muy familiares,  las había leído en la biblia que siempre llevaba en su regazo y comprendió que era Dios el que le estaba hablando, porque lo mismo hizo con Lázaro, pensó.
Fray Bartolomé no tenía apenas fuerzas para incorporarse y fue el propio chamán el que le ayudó a hacerlo. Una vez que pudo sentarse en el quicio del altar, no podía dejar de mirar a aquel hombre de blanco que le había salvado la vida. Hubo mucho silencio, la respiración del fraile se hizo cada vez más pausada y con un hilo de voz le espetó al chamán: “Jamás olvidaré lo que has hecho por mí”. Y se le llenaron de lágrimas los ojos.
El chamán le cogió del brazo derecho, suave pero contundentemente y le llevó muy deprisa hasta llegar al otro lado del río, donde por fin podría ser libre. Al despedirse, Fray Bartolomé se quedó mirando al chamán a los ojos. Jamás había visto tanto amor en la mirada de un hombre. Sabía en su fuero interno que ese hombre vestido de blanco era Dios. El chamán se despidió de él diciéndole: “Sigue tu camino, Bartolomé y sé feliz”. Y así lo hizo. Se fue feliz y agradecido por lo que le había sucedido. Se fue lleno de amor. Por el camino miró al astro rey y se rió, puesto que no recordaba si había tenido lugar el eclipse o no; si todo lo que le había sucedido con aquel chamán era cierto o fruto de su imaginación. Mientras daba cada paso, reafirmaba la historia del chamán y su sonrisa permaneció en su boca hasta que llegó a su destino.

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